Hoy anunciaron a los nominados al Oscar y, como muchos esperaban, la gran favorita fue catorce veces nombrada. Desde su estreno, incluso antes, la película La La Land no ha dejado de recibir los elogios del mundo. Tantos buenos comentarios no podían ser verdad, así que me reservé mi opinión hasta el final. Ayer por fin fue a verla. Justo un día antes de su nominación. ¿Coincidencia? No lo creo.
Tenía sentimientos encontrados acerca de esta película: primero, porque es un musical, y quienes me conocen saben que los musicales son mi gran obsesión. Nací para cantar, bailar y actuar en un escenario, y si a eso le sumas una éxito en el cine, ¿para qué más?
Segundo, no me gusta dejarme llevar por las preferencias de la gente. Soy la clase de persona que si todos dicen derecha, me voy por la izquierda. (Ojo, éste no es un mensaje subliminal sobre mi posición política. Es pura coincidencia. ¡Jaque mate, PPKausas!). Eso quiere decir que tenía un deseo profundo y sincero de que no me gustara. De que sea una porquería. De que todos se equivocaran y la cinta no fuera más que una copia barata de Hairspray u otro clásico musical.
Tercero, y no menos importante, mi novio tiene una obsesión descomunal por Emma Stone. ¿Hay algo peor que la chica bonita, inteligente y graciosa que encima hace bien su trabajo? No lo creo.
Finalmente fui a verla ayer, creo que ya lo había dicho, y no habrá palabras para explicar lo que esa película logró en nosotros. Una mezcla de encanto, agradecimiento, administración, consternación y tristeza, mucha tristeza. Françoise Sagan escribió Buenos días tristeza, seguramente pensando en ese momento cuando te sabes triste, y aun así debes levantar tu mochila y seguir caminando. Repito, mucha tristeza.
No voy a hablar sobre la oda al musical clásico, las tomas de corrido y las coreografía (¡Oh Dios, la de la piscina!). Lo que realmente me mató de esta película fue la tristeza y realidad reflejada en ese final. Y debo decirlo, si ambos terminaban juntos hubieran agarrado todo su inversión en producción y la hubieran tirado al río Rímac.
Esta cinta demuestra que los cuentos de hadas no existen. Que en la vida real, si una persona lucha por perseguir sus sueños, estos deben ser lo suficientemente grandes para sacrificar otras cosas. Que uno no puede vivir sin amor, pero no significa que el amor tenga una única forma; aunque esto no te arranque el dolor de un amor no desarrollado, un concepto de amor impuesto por la sociedad que puede causar frustración.
No me quiero hacer la superada poliamorosa, claro que no. No es fácil. Solo trato de verbalizar todos los miedos y percepciones que me brotaron luego se ver esta película.
Las actuaciones no me parecieron magistrales, aunque sí debo reconocer y con creces las pulcras coreografías de sus escenas. Estoy convencida de que el musical y la comedia son dos de los géneros más difíciles en la actuación. Por ello mis respetos.
Y con este post, declaro inaugurada la temporada de premios y mi maratón de películas previa a la ceremonia.
Y tú, ¿ya estás listo para los Oscar? Cuéntame cual es tu favorita.
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