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viernes, 25 de febrero de 2011

Convocatoria abierta: "¿La vida en retro?" (Hasta el 31 de mazo)

"Aprende, hermano (Ingres)" de Herman Braun Vega

Estimados cómplices:

El motivo por el que les escribimos es para anunciarles la convocatoria de ensayos para nuestra nueva edición, “la menos siete” (-7), que para esta ocasión tendrá como tema las relaciones que se tejen entre el pasado y el presente en “¿La vida en retro?”

Con “¿La vida en retro?” queremos revisar las dinámicas utilizadas para la aparición y construcción de las diferentes manifestaciones del pasado —con distintos aspectos y magnitudes— que son rescatadas y representadas a través de los medios masivos contemporáneos (radio, televisión, Internet), y su irrupción, intervención e importancia en la sensibilidad de la sociedad en los últimos diez años: 2000 - 2010. ¿Este fenómeno reflejo o producto de qué es? ¿Es síntoma o señal de alguna manifestación social ya acabada o en plena formación? ¿Cómo se le debe interpretar teniendo en cuenta el aquí (Perú, Área Andina, Sudamérica, el no-Primer Mundo) y el ahora (inicios de un nuevo siglo) en el que se halla?. Es una buena ocasión para examinar, entre otras cosas, el fetichismo por los fantasmas, la idealización a través de la nostalgia, o el continuo reciclaje de modas, costumbres y usos de otras épocas.

Las secciones de la revista que necesitan de su participación son Calidoscopio eIntersticios. Para Calidoscopio la temática es libre, sólo buscamos textos que se interroguen sobre las artes en general: literatura, música, cine, teatro, artes plásticas, cómics, etc., bien sobre alguna en especial o bien sobre los vínculos que puedan existir entre dos o más de ellas y que suelen pasar desapercibidos. La extensión es de entre tres y cuatro páginas (1500 palabras máximo). ParaIntersticios, en cambio, el tema es el del número (“¿La vida en retro?”), pero puede ser desde cualquier perspectiva, pues así como profesamos la libertad de credos también profesamos la de métodos. La extensión es de entre cinco y seis páginas (2500 palabras máximo). Siempre en fuente Times New Roman de 12 puntos y a espacio y medio.

Para ambas secciones queremos que los textos rescaten aquel aporte subjetivo (historia personal, experiencias, emociones) de los propios redactores, tantas veces dejado de lado, y que puedan hacer que su opinión invite a la reflexión crítica y al debate abierto. Dejémoslo bien en claro: no son artículos académicos ni reseñas, son ensayos. Por eso, el estilo es libre y no tenemos pavor si desean mezclar distintos géneros y discursos: narraciones, poemas, letras de canciones, etc. La fecha límite es el 31 de marzo de 2011, y el envío es al siguiente correo:estereograma@gmail.com

Como ya deben saberlo, ESTEREOGRAMA es una revista única, pues apenas llegue al número cero terminará su ciclo. Así que no dejen pasar esta oportunidad.

El Comité Editorial

lunes, 14 de febrero de 2011

Con amor, Kuya Kuya

Ahora, que restan pocas horas para que finalice el día de San Valentín, estuve pensando en el amor como aquella lucha por conseguir a la persona amada; y, cuando ya la tienes, mantenerla es otra batalla diaria. Y es que muchos de nosotros, en algún momento de nuestra vida, hemos obedecido instintos, rebelado a cualquier lógica y hasta pensando en alguna manera cósmica que nos permita extender cada momento de felicidad junto a la pareja.

“Kuya Kuya”, de Óscar Colchado Lucio, es un hermoso cuento de amor que forma parte del libro Cordillera Negra (Editorial San Marcos, 2005). En ella narra la historia de Paliaco, un niño ancashino que vive enamorado de Floria. Al no encontrar otra forma de conquistarla, busca a través de la Kuya Kuya, que es el corazón molido de la avecilla tuktupillín, conseguir el amor del ser amado.

Una bella narración, llena de magia, que me ha robado más de un suspiro y cuyo último párrafo comparto con todos ustedes.

"Ahora, Floria, tenemos dos guaguas. Al mayorcito lo has puesto su sobrenombre de Paliaco, como me decían a mí en la escuela. Tú y yo nos comprendemos, para qué... tus taitas también mucho me estiman. Como dice el verso, ahora que estás fregada y ya nada puedes hacer, te confiaré, mujer, un secreto: esa vez, faltando poco para que se vayan a Huaylas, cuando te encontré afanada sacando leche de tu vaca, sin que te dieras cuenta nomás, lo eché a tu balde el polvito del tuktupillín; y ahora sí lo creo al Marcial que me dijo riendo, ¿A toda la leche lo has echao? Ya los fregaste a todos, zonzo; era sólo a su taza de ella. Bueno, qué se va hacer, ahora hasta sus viejos te van a querer..."

¡Feliz San Valentín para todos! J

viernes, 4 de febrero de 2011

Perdida en el desierto

Esta semana he comenzado a leer El desierto de los Tártaros, de Dino Buzzati (Gardir, 2008), engatusada por la recomendación de una personita muy especial, quien me había dicho que ‘nadie debería morir sin haber leído este libro’.

Me estoy tomando mi tiempo. No es como otros libros de simple entretención, que hacen que acelere mi lectura para saber qué sucede con la historia. Esta vez es diferente.

Cada capítulo trae consigo una reflexión sobre las diversas emociones que se esconden en el más recóndito del alma del ser humano y florecen en los momentos de vulnerabilidad.

A continuación cito un párrafo:

Ahora sí que entendía de verdad lo que era la soledad (un cuarto no feo, todo él tapizado con madera, con una gran cama, una mesa, un diván incómodo, un armario). Todos habían estado amables con él, en el comedor habían abierto una botella en su honor, pero ahora los traía sin cuidado, ya lo habían olvidado completamente (por encima de la cama un crucifijo de madera, al otro lado una vieja estampa con una larga inscripción cuyas primeras palabras se leían: Humanismus Viri Francisi Anglosi virtutibus). Nadie entraría a saludarlo en toda la noche; nadie en toda la Fortaleza pensaba en él y no sólo en la Fortaleza, probablemente en todo el mundo tampoco había un alma que pensaba en Drogo; cada cual tenía sus ocupaciones, cada cual se bastaba apenas a sí mismo, incluso su madre, podía ser, incluso ella en aquel momento tenía otras cosas en la cabeza, no era él el único hijo, en Giovanni había pensado todo el día, ahora les tocaba un poco a los otros. Era de lo más justo, reconocía Giovanni Drogo sin sombra de reproche, pero, entretanto, él estaba sentado al borde de la cama, en el cuarto de la Fortaleza (ahora advertía —tallado en la madera de la pared y coloreado en extraordinaria paciencia — un sable de tamaño natural, que a primera vista podía parecer verdadero incluso, labor meticulosa de algún oficial, a saber cuántos años atrás), con la cabeza un poco inclinada hacia delante y la espalda curvada y lanzando miradas átonas y severas y se sentía más solo que nunca en su vida.

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