Me prometí que el siguiente post sería algo que vengo preparando desde hace unos días, pero hoy, mientras regresaba de mi clase, llegué a un episodio de la novela que estoy leyendo que me dejó completamente admirada. Se trata de la historia de la pastora Marcela que Miguel de Cervantes cuenta en El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha (El Comercio, 2000).
Historia del pastor Grisóstomo y la pastora Marcela
Valero Iriarte (h.1680- h.1744)
Me perdonarán que les cuente esta relato en particular, pero no creo que cause mucho daño ya que la novela en general es mundialmente conocida. Marcela es una pastora huérfana que, según cuentan los vecinos del lugar, fue bendecida con la más grande hermosura que se haya visto. Producto de esa belleza, incontables pastores veían sufriendo a causa del rechazo de su amor. Uno de estos desdichados era Crisóstomo, quien falleció a causa de tanto desamor.
Fue en el entierro de este pobre hombre, cuando de pronto Marcela entona un largo monologo a manera de descargo, por ser señalada como la causante de esa muerte. Acá les dejo con algunos extractos del discurso, donde no solo se defiende, sino que reivindica el papel de la mujer, que en ese entonces estaba pensando principalmente para el matrimonio.
“Hízome el cielo, según vosotros decís, hermosa, y de tal manera, que, sin ser poderosos a otra cosa, a que me améis os mueve mi hermosura, y por el amor que me mostráis, decís, y aún queréis, que esté yo obligada a amaros. Yo conozco, con el natural entendimiento que Dios me ha dado, que todo lo hermoso es amable; mas no alcanzo que, por razón de ser amado, esté obligado lo que es amado por hermoso a amar a quien le ama. (…) Y, según yo he oído decir, el verdadero amor no se divide, y ha de ser voluntario, y no forzoso. Siendo esto así, como yo creo que lo es, ¿por qué queréis que rinda mi voluntad por fuerza, obligada no más de que decís que me queréis bien? (…) Yo nací libre, y para poder vivir libre escogí la soledad de los campos: los árboles destas montañas son mi compañía; las claras aguas destos arroyos, mis espejos; con los árboles y con las aguas comunico mis pensamientos y hermosura. Fuego soy apartado y espada puesta lejos. A los que he enamorado con la vista he desengañado con las palabras; y si los deseos se sustentan con esperanzas, no habiendo yo dado alguna a Crisóstomo, ni a otro alguno el fin de ninguno dellos, bien se puede decir que antes le mató su porfía que mi crueldad. Y si se me hace cargo que eran honestos sus pensamientos y que por esto estaba obligada a corresponder a ellos, digo que cuando en ese mismo lugar donde ahora se cava su sepultura me descubrió la bondad de su intención, le dije yo que la mía era vivir en perpetua soledad y de que sola la tierra gozase el fruto de mi recogimiento y los despojos de mi hermosura; y si él, con todo este desengaño, quiso porfiar contra la esperanza y navegar contra el viento, ¿qué mucho que se anegase en la mitad del golfo de su desatino? Si yo le entretuviera, fuera falsa; si le contentara, hiciera contra mi mejor intención y prosupuesto. Porfió desengañado, desesperó sin ser aborrecido: ¡mirad ahora si será razón que de su pena se me dé a mí la culpa! Quéjese el engañado, desespérese aquel a quien le faltaron las prometidas esperanzas, confíese el que yo llamare, ufánese el que yo admitiere; pero no me llame cruel ni homicida aquel a quien yo no prometo, engaño, llamo ni admito. (…) Tengo libre condición, y no gusto de sujetarme; ni quiero ni aborrezco a nadie; no engaño a este ni solicito aquel; ni burlo con uno ni me entretengo con el otro. La conversación honesta de las zagalas destas aldeas y el cuidado de mis cabras me entretiene. Tienen mis deseos por término estas montañas, y si de aquí salen es a contemplar la hermosura del cielo, pasos con que camina el alma a su morada primera.” (98-100)