Hace una semana que terminé de leer El señor de las moscas, de William Golding, y me sigo sorprendiendo por todo lo que aprendí con esta novela.
Unos niños británicos caen varados en una isla, luego de sufrir un accidente aéreo. Su instinto de sobrevivencia los obliga a formar una civilización y, entre ellos, elegir a su líder y definir tareas. Poco a poco la barbarie va ganando espacio entre los habitantes, que prefieren anteponer la fuerza sobre la razón, azuzados por el miedo a lo desconocido.
Definitivamente, uno de los temas centrales de la novela es la democracia y qué tan difícil es mantenerla como sistema. Aun con grupos reducidos de personas, muchas veces los intereses personales pueden más y terminan por sabotear lo que por lógica se entiende como correcto. En la novela, el emblema por excelencia de esa democracia es La Caracola, que legítima el Estado de Derecho bajo el que viven.
Tres personajes centrales en la historia son Ralf, el líder; Piggy, el consejero que representa la racionalidad; y Jack, quien simboliza la fuerza intolerante.
Dicen que los niños no mienten. Si esto es verdad, la historia que nos narra este libro no es más que una radiografía de la realidad humana. Donde los más fuertes someten a los débiles. Las mayorías mandan sobre las minorías. Y donde la barbarie triunfa ante la civilización, en el reino del miedo.
PS1: En el 2010, en Lima, montaron su adaptación de El señor de las moscas, en el teatro Mario Vargas Llosa de la Biblioteca Nacional.
PS2: Pero talvez sea más conocida la parodia realizada por Los Simpson, en el capítulo "El autobús de la muerte".