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domingo, 13 de mayo de 2012

Los consejos de Don Quijote


Hace mucho no me daba el tiempo para compartir con ustedes mis lecturas. Hoy me prometí hacerlo así que aquí estoy, sentada y recordando los libros que leí desde que comenzó el año y que por una u otra razón no pude escribir en este espacio.
 

Esta semana se recordó un año más de la aparición en España de «El ingenioso hidalgo Don Quijote de la Mancha», de Cervantes Saavedra (09/05/1605), así que aprovecharé para comentar un poco esta inmensamente genial novela del «manco de Lepanto».

Luego de tantas postergaciones, por fin terminé de leer este clásico universal de la literatura y debo decir que cada momento de su lectura fue realmente admirable. Admiré su genialidad, originalidad y profundo aprendizaje sobre diferentes aspectos de la vida en cada una de sus aventuras por el mundo.

Para no dejarlos sin mi tradicional spoiler, les compartiré el conocido episodio cuando Don Quijote aconseja a Sancho Panza, antes de que éste se vaya a gobernar su deseada ínsula:

«Primeramente, ¡oh hijo!, has de temer a Dios; porque en el temerle está la sabiduría, y siendo sabio no podrás errar en nada. Lo segundo, has de poner los ojos en quien eres, procurando conocerte a ti mismo, que es el más difícil conocimiento que puede imaginarse. (…)

Haz gala, Sancho, de la humildad de tu linaje, y no te desprecies de decir que vienes de labradores; porque viendo que no te corres, ninguno se pondrá a correrte; y apréciate más de ser humilde virtuoso que pecador soberbio. (…) Mira, Sancho: si tomas por medio a la virtud, y te precias de hacer hechos virtuosos, no hay para qué tener envidia a los que los tienen príncipes y señores; porque la sangre se hereda, y la virtud se aquista, y la virtud vale por sí sola lo que la sangre no vale. Siendo esto así, como lo es, que si acaso viniere a verte cuando estés en tu ínsula alguno de tus parientes, no lo deseches ni le afrentes; antes le has de acoger, agasajar y regalar; que con esto satisfarás al cielo; (…) Procura descubrir la verdad por entre las promesas y dádivas del rico como por entre los sollozos e importunidades del pobre. (…) Si acaso doblares la vara de la justicia, no sea con el peso de la dádiva, sino con el de la misericordia. (…) No te ciegue la pasión propia en la causa ajena; (…) Al culpable que cayere debajo de tu jurisdicción, considéralo hombre miserable, sujeto a las condiciones de la depravada naturaleza nuestra, y en todo cuando fuere de tu parte, sin hacer agravios a la contraria, muéstratele piadoso y clemente; porque aunque los atributos de Dios todos son iguales, más resplandece y campea a nuestro ver el de la misericordia que el de la justicia. Si estos preceptos y estas reglas sigues, Sancho, serán luengos tus días, tu fama será eterna, tus premios colmados, tu felicidad indecible, casarás tus hijos como quisieres, títulos tendrán ellos y tus nietos, vivirás en paz y beneplácito de las gentes, y en los últimos pasos de la vida te alcanzarán el de la muerte en vejez suave y madura, y cerrarán tus ojos las tiernas y delicadas manos de tus terceros netezuelos. Esto que hasta aquí te he dicho son documentos que han de adornar tu alma».
(Cervantes Saavedra, 1615)

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